Llegó mi turno. Alguien me susurró que a la derecha implicaba trabajos forzados, mientras que la izquierda se reservaba para los enfermos e incapacitados, a quienes se trasladaría a un campo especial. Me abandoné sin resistencia a los acontecimientos; un comportamiento que repetí varias veces durante mi internamiento –y que ahora reconozco como una de las reacciones instintivas de la supervivencia y, a la vez, del abandono-.
Me esforcé por caminar de modo que pareciera brioso. El hombre de la SS me escudriñó de arriba abajo, pareció dudar y puso sus manos sobre mis hombros. Intenté con todas mis fuerzas mantenerme firme y aparentar capacidad para trabajar. Me hizo girar a la derecha.
Al atardecer no explicaron el significado del “juego del dedo”. Se trataba de la primera selección, el primer veredicto sobre nuestra aniquilación o nuestra supervivencia.
Establecimos una rutina llena de sufrimiento e incertidumbre. Deambulábamos día tras día por el interior de los límites de las puertas que delimitaban nuestra libertad y nuestra vida, encerrándonos en un infierno. Poco a poco, las almas de mis compañeros se desvanecían, se volvían almas insignificativas que como la mía, se aislaban quedando solas en aquel infierno.
Me habían advertido de los trabajos forzosos que me tocaria realizar, pero no sabia que la monotonia de estos, juntamente con la desesperación por salir y renacer, consumirían hasta el último ápice de mi felicidad y mi esperanza. Cada día, notaba como una parte de mi ser moría, como perdía algún recuerdo de lo que sí había sido vivir y como mi mente era colonizada por pensamientos oscuros, provocando que la luz del final túnel se alejara un poco más.
Han pasado años o alomejor solo meses, he perdido la noción del tiempo. Cada día tengo menos fuerzas para seguir adelante, he perdido las ganas de vivir. Cada día hay menos almas insignificativas entre nosotros, noto que hay menos gente pero no se porque desaparecen.
Repentinamente, suena una sirena y nos ordenan que formemos una línea recta. Este acontecimiento ya ha sucedido múltiples veces; cada vez que sucede recuerdo la tan diferente prespetiva con la que veía el mundo el primer día que escuché esta misma sirena. Tengo un mal presentimiento, no sé porque creo que esta vez será diferente.
Nos hacen avanzar, sigo el paso de la manada. Nos acercamos a uno de los edificios centrales, nunca he estado tan cerca. Nos hacen entrar y sin decir nada se retiran los encargados de conducirnos. Es en este momento en el que sé que estoy viviendo los últimos instantes de la que se ha convertido en mi insignificante vida. Cierro los ojos y por arte de magia -cosa de la compasión del destino- vuelven a mi todos buenos recuerdos de mi antigua y lejana vida. Por primera vez en mucho tiempo, logro ver a mis seres queridos y recordar buenas sensaciones. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y decido esperar el final con tal expresión. De un momento a otro, se escucha una explosión.
Me habían advertido de los trabajos forzosos que me tocaria realizar, pero no sabia que la monotonia de estos, juntamente con la desesperación por salir y renacer, consumirían hasta el último ápice de mi felicidad y mi esperanza. Cada día, notaba como una parte de mi ser moría, como perdía algún recuerdo de lo que sí había sido vivir y como mi mente era colonizada por pensamientos oscuros, provocando que la luz del final túnel se alejara un poco más.
Han pasado años o alomejor solo meses, he perdido la noción del tiempo. Cada día tengo menos fuerzas para seguir adelante, he perdido las ganas de vivir. Cada día hay menos almas insignificativas entre nosotros, noto que hay menos gente pero no se porque desaparecen.
Repentinamente, suena una sirena y nos ordenan que formemos una línea recta. Este acontecimiento ya ha sucedido múltiples veces; cada vez que sucede recuerdo la tan diferente prespetiva con la que veía el mundo el primer día que escuché esta misma sirena. Tengo un mal presentimiento, no sé porque creo que esta vez será diferente.
Nos hacen avanzar, sigo el paso de la manada. Nos acercamos a uno de los edificios centrales, nunca he estado tan cerca. Nos hacen entrar y sin decir nada se retiran los encargados de conducirnos. Es en este momento en el que sé que estoy viviendo los últimos instantes de la que se ha convertido en mi insignificante vida. Cierro los ojos y por arte de magia -cosa de la compasión del destino- vuelven a mi todos buenos recuerdos de mi antigua y lejana vida. Por primera vez en mucho tiempo, logro ver a mis seres queridos y recordar buenas sensaciones. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y decido esperar el final con tal expresión. De un momento a otro, se escucha una explosión.
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